Realizada por Isabel R. Lorenzo
1. ¿Cuántos años estuviste enferma?
Estuve en manos de la enfermedad durante quince años.
2. ¿Consideras que el tratamiento que recibiste fue efectivo?
Por supuesto. Fuí muy afortunada de estar bajo la supervisión del Doctor Gonzalo Morandé, una gran profesional en este campo, quien supo transformar mis lágrimas y mi sufrimiento en sonrisas. Siempre creyó en mí y en mi recuperación. Fue un pilar fundamental en el camino arduo de lucha y siempre le tengo y le tendré en mi mente, pero sobre todo, en mi corazón.
3. ¿Se te ocurre alguna mejora para el tratamiento y prevención de los TCA?
Creo que es fundamental la información veraz. Por desgracia, aún son dolencias muy silenciadas, lo que hace que haya una profunda ignorancia social y ésto, obviamente repercute en el camino a la recuperación de una persona afectada por un trastorno alimentario.
Poner palabras a la realidad de estas patologías es un deber que nos compete y al que debemos sumarnos desde diferentes campos. Únicamente adentrándonos en el corazón de la enfermedad, es como podremos ayudar, de lo contrario, solo pondremos obstáculos en el camino.
4. Los TCA afectan en muchos aspectos: social, psicológico, físico… ¿Cuáles se vieron más afectados en tu caso?.
Los trastornos de alimentación efectivamente generan consecuencias severas a todos los niveles: físico, social, psicológico, emocional… No podemos olvidar por otro lado el tremendo impacto que tienen en la familia.
A todos los niveles se produce un deterioro y una ruptura brutal. No hace falta estar muerto para así sentirlo y eso consigue la enfermedad. Te aparta de todo y de todos, también de ti. La enfermedad va mucho más allá del peso y de la alimentación, es un vacío indescriptible y para sanarlo será necesario, entre otros factores, un tratamiento multidisciplinar adecuado.
5. ¿Cuándo te diagnosticaron el trastorno de la conducta alimentaria…¿Eras consciente de que estabas enferma y tenías que curarte?
Al principio y durante mucho tiempo hubo una negación. La enfermedad genera eso, te hace creer que no estas enferma. Después, sentí que tenía que curarme, pero esto no lo logré hasta que cambié «ese tengo que», por un «quiero, realmente quiero». Por supuesto, ese cambio en el pensamiento no se produce de la noche a la mañana ni mucho menos. No podemos olvidar que, un trastorno de alimentación, no es una elección. Nadie, absolutamente nadie decide padecerlo, aunque pueda involucrarse en actitudes que pueden llevarle a desencadenarlo el día de mañana.
Logré ese quiero gracias a la perseverancia y lucha que siempre me ha caracterizado. Me cuesta rendirme cuando me propongo algo con firmeza, y decidí desde el alma, el cuerpo y la mente, que quería salir de ese infierno.
6. ¿Qué consejo le darías a alguien que está enfermo y le está costando mucho salir de la enfermedad o que lleva muchos años enfermo y cree que no va a salir nunca?
El primer consejo es para los padres o familiares. Que no se rindan, que guien y alienten de palabras y caricias de luz a quien se haya perdido en la sombras, en la desesperación, en la angustia y en la oscuridad. Que repitan con frecuencia el «si se puede», hasta dotar cada sílaba de vida. Lejos de culpas, la familia conforma un aliado excelente en la recuperación de una persona afectada por estas dolencias.
Por otro lado, a quien está sumergido en las garras del monstruo de la enfermedad, le diría que empezase a hablarse con cariño y respeto, que aprendiese a perdonar y a perdonase, que buscase su propia reconciliación con el pasado, que prestase atención al presente y soñase con el futuro sin anticipar ni buscar respuestas. Que soltasen, que quitasen de sus vidas todo lo que les ata y les impide respirar con libertad, que se encontrasen así mismos y se rescatasen de las profundidades que ha originado la enfermedad. Que narrasen en voz alta su propia historia y aprendiesen a abrazarla. Parece quizás sencillo, pero sé de primera mano que es un trabajo arduo y complejo, no obstante, se consigue y efectivamente, se halla la libertad del yo más oculto y desterrado, que pasa a convertirse en el verdadero amigo y aliado.
7. ¿Cómo y cuándo supiste que estabas totalmente recuperada?
Fue poco a poco, muy lentamente iba tomando conciencia de que la parte sana iba ganando campo a la parte enferma. Fueron pasando los días, los meses, los años…, hasta que llegó el momento en que vi que hacía de nuevo una vida absolutamente normal, como antes de caer enferma. La vida me volvía a brindar todo lo que la enfermedad me había arrebatado; las risas, los sueños, los amigos y la familia, las caricias, los abrazos, las puestas de sol, el sonido de las olas cuando rompen en las rocas, el olor a café, el verde intenso en las hojas de los árboles, la música, los bailes, el amor propio… La enfermedad me había tenido anestesiada en una realidad distorsionada donde únicamente había cabida para el miedo, el dolor y una tortura física y pscicológica indescriptible.
8. Los trastornos de la conducta alimentaria acaban con la vida de quienes lo sufren , y como más de una vez has dicho tú, cuando sales de la enfermedad y vuelves a la vida, al mundo real, todo es raro para ti, porque es como si hubieses estado viviendo en un lugar totalmente distinto. ¿Qué es lo que más aprecias de tu vida actual , lejos de la enfermedad?
La enfermedad, me ha dejado en el camino de espinas también un rico aprendizaje. Me conozco plenamente, ese conocimiento desborda en mí una libertad absoluta y placentera. Afortunadamente, llevo muchos años curada y estoy orgullosa de mí.
Después de un tca nada vuelve a ser igual, hay que comenzar de nuevo. No soy la misma niña de antes de caer enferma, he aprendido a reinventarme, ha sido necesario romperme para reconvertirme y ser la mejor versión que pienso que podría ser. Soy feliz con mi persona, con mis virtudes, con mis defectos, con todo lo que me convierte en una persona real, lejos de la perfección. ¿Lo que más aprecio? La compañía grata que me produce estar con mi persona. Vivir en paz, en calma conmigo misma.
9. Si pudieses decirle algo «a tu yo enfermo del pasado» ¿Qué le dirías?
Si te digo la verdad, me produce una gran ternura el pensar no en mi «yo del pasado», sino en la enfermedad como tal, porque siendo sincera es una etapa de mi vida que no ligo a mi persona, no me identifico con el trastorno alimentario que padecí, no era yo.
No guardo rencor a esa etapa, ni coraje, ni tristeza. Siento admiración por mi lucha y a la vez abrazo con fuerza a esa niña por entonces perdida, que supo reencontrarse al final del camino ya convertida en mujer. No hay rencor, siento admiración, respeto y mucho amor.